Déjame decirte cómo perdimos la tierra.
No era nuestra tierra, como si nos perteneciera.
Era la tierra donde cazábamos o donde
nuestros ancestros estaban sepultados. Era la
tierra que el Creador nos había dado.
Era la tierra donde sucedían nuestras
historias sagradas. Había lugares sagrados
en ella. Nuestras [ceremonias se realizaban aquí.
Conocíamos a los animales. Ellos nos conocían
a nosotros. Presenciamos el paso de las
estaciones en esta tierra. Estaba viva, como
nuestros abuelos. Éramos parte de ella.
La tierra era parte de nosotros. Nosotros ni
siquiera sabíamos lo que era ser propietarios
de la tierra. Es como decir que eres propietario
de tu abuela. Para nosotros, la tierra estaba viva.
Mover una piedra significaba cambiarla.
Matar a un animal era quitarle algo a ella.
Tenía que haber respeto.
Nosotros no vimos respeto en esa gente. Ellos
cortaban los árboles y dejaban a los
animales en donde les disparaban. Hacían
ruidos fuertes. Parecían salvajes. Su paso
era pesado y hacían mucho ruido. Y luego
esa gente nueva comenzó a pedirnos la tierra.
Querían darnos dinero por la tierra. Nuestra
gente no aceptó eso. Entonces esa gente dijo
que ya no pertenecíamos aquí. Que había un
jefe en Washington, una ciudad muy lejana,
y que la tierra era de él, y que él había dicho
que esa gente podía vivir aquí y nosotros no.
Pensamos que estaban desquiciados. Esas
personas cabalgaban por la tierra y colocaban
una bandera, y luego decían que todo, desde
donde habían empezado hasta donde ponían
la bandera, les pertenecía. Eso es como si
alguien disparara una flecha al cielo y dijera
que todo el cielo hasta donde llegara la flecha
le pertenecía. Nosotros pensamos que esa gente
estaba loca. Ellos hablaban de propiedad.
Nosotros hablábamos de la tierra.
Tu gente vino de Europa porque querían
tener propiedades. Ellos habían trabajado
para otras personas que les habían quitado
sus propiedades y las cosas que cultivaban.
Nunca habían tenido nada porque no tenían
propiedades. Eso era lo que más deseaban tener.
Todos ellos pensaban que quien tuviera un
pedazo de papel diciendo que era dueño
de la tierra podría controlar todo lo que
sucediera en ella. La gente vino aquí para
conseguir propiedades. Nosotros no sabíamos
esto. Ni siquiera sabíamos lo que significaba.
Nosotros simplemente le pertenecíamos
a la tierra. Ellos querían adueñarse de ella.
Su religión no vino de la tierra. Podían
llevarla a todos lados con ustedes. Su religión
estaba en una copa y un pedazo de pan
que podían llevarse en una caja. Sus sacerdotes
podían hacer sagrado cualquier lugar.
Y no podían entender que lo que era
sagrado para nosotros era el lugar donde
estábamos, porque ahí era donde sucedían
las cosas sagradas y donde los espíritus
nos hablaban.
Tu gente no sabía nada acerca de lo sagrado
de la tierra. Ustedes estaban matando a
todos los animales. El búfalo había desaparecido.
Las aves habían desaparecido. Ustedes no
nos permitían cazar. Nos daban mantas y
whiskey que enloquecía a nuestra gente. Nos
pusieron en pequeños corrales de tierra que
eran como pequeñas islas en su gran mar.
Lo peor es que ustedes ni siquiera nos
escucharon nunca. Ustedes vinieron a nuestra
tierra y nos la quitaron, y ni siquiera nos
escucharon cuando les tratamos de explicar.
Hicieron promesas y rompieron cada una
de ellas. Nos mataron sin quitarnos la vida.
Nos mataron al convertir nuestra tierra en
pedazos de papel y sacos de harina y mantas,
diciéndonos que eso era suficiente. Ustedes
nos quitaron los lugares donde los espíritus
nos hablaban y nos dieron sacos de harina.
Para nosotros la tierra estaba viva. Ella
nos hablaba. Nosotros la llamábamos
nuestra madre. Si ella estaba enojada con
nosotros, no nos daba alimentos. Si nosotros
no compartíamos con los demás, ella nos
enviaba inviernos duros o plagas de insectos.
Teníamos que hacer cosas buenas por ella
y vivir de la manera que ella consideraba
apropiada. Ella era la madre de todo lo que
habitaba en ella, así que todos eran nuestros
hermanos. Los osos, los árboles, las plantas,
el búfalo. Todos eran nuestros hermanos y
hermanas. Si no los tratábamos bien, nuestra
madre se enojaba. Si los tratábamos con
respeto y honor, ella se sentía orgullosa.
Para tu gente la tierra no estaba viva. Era
algo así como un escenario donde podían
construir cosas y hacer que sucedieran
cosas. Veían al lodo y los árboles y el agua
como cosas importantes, pero no como
hermanos y hermanas. Esas cosas existían
sólo para ayudar a los humanos a vivir.
Ustedes tomaron la tierra y la convirtieron
en propiedades. Ahora nuestra madre está
en silencio. Pero nosotros aún intentamos
escuchar su voz.
Sobre Guardar Silencio y Hablar
Nosotros los indios sabemos del silencio. No le
tenemos miedo. De hecho, para nosotros
es más poderoso que las palabras.
Nuestros ancianos fueron educados en las
maneras del silencio, y ellos nos transmitieron
ese conocimiento a nosotros. Observa,
escucha, y luego actúa, nos decían. Ésa
es la manera de vivir.
Observa a los animales para ver cómo cuidan
a sus crías. Observa a los ancianos para ver
cómo se comportan. Observa al hombre
blanco para ver qué quiere. Siempre observa
primero, con corazón y mente quietos, y
entonces aprenderás. Cuando hayas observado
lo suficiente, entonces podrás actuar.
Con ustedes es lo contrario. Ustedes aprenden
hablando. Premian a los niños que hablan
más en la escuela. En sus fiestas todos tratan
de hablar. En el trabajo siempre están
teniendo reuniones en las que todos interrumpen
a todos, y todos hablan cinco, diez o cien
veces. Y le llaman "resolver un problema". Cuando
están en una habitación y hay silencio, se
ponen nerviosos. Tienen que llenar el
espacio con sonidos. Así que hablan
impulsivamente, incluso antes de saber
lo que van a decir.
A la gente blanca le gusta discutir. Ni siquiera
permiten que el otro termine una frase. Siempre
interrumpen. Para los indios esto es muy
irrespetuoso e incluso muy estúpido. Si tú
comienzas a hablar, yo no voy a interrumpirte.
Te escucharé. Quizás deje de escucharte si
no me gusta lo que estás diciendo. Pero no
voy a interrumpirte. Cuando termines,
tomaré mi decisión sobre lo que dijiste,
pero no te diré si no estoy de acuerdo, a
menos que sea importante. De lo contrario,
simplemente me quedaré callado y me
alejaré. Me has dicho lo que necesito saber. No
hay nada más que decir. Pero eso no es
suficiente para la mayoría de la gente blanca.
La gente debería pensar en sus palabras
como si fuesen semillas. Deberían plantarlas,
y luego permitirles crecer en silencio. Nuestros
ancianos nos enseñaron que la tierra
siempre nos está hablando, pero que debemos
guardar silencio para escucharla.
Existen muchas voces además de las nuestras.
Muchas voces.
Sobre las Posesiones
Poseer cosas es muy importante en la vida
de la gente blanca. Desde el principio te
dicen: "Esto es mío, esto es tuyo", "No
toques eso porque no es tuyo". Te dicen
que te alejes de las cosas por la posesión,
y no por respeto.
En los días de antes, nosotros nunca teníamos
cerraduras en nuestras puertas. No existía el
robo, pero si alguien tenía hambre, podía
entrar a tu casa y tomar comida. ¿Porqué la
gente no tomaba las cosas? Por respeto.
Tú rodeas tu patio con rejas y pagas buen
dinero a quien mida el terreno para ver
si la reja del vecino está una pulgada
demasiado cerca de tu casa. No regalas
nada a menos que recibas algo a cambio. Todo
es económico. ¡Con razón la gente blanca
necesita casas tan grandes! No son
para habitarlas, sino para almacenar
cosas.
Nosotros creíamos que todo era un regalo,
y que un buen hombre o una mujer buena
compartían esos regalos. La gente buena
pensaba que debían dar, y no que debían
recibir. No medíamos a la gente como
rica o pobre. ¡No sabíamos cómo! Cuando
los tiempos eran buenos, todos éramos
ricos. Cuando los tiempos eran malos,
todos éramos pobres. Medíamos a la
gente por cómo compartían.
Las cosas son importantes cuando las
necesitamos. Si no las necesitamos, no
son importantes. Nuestros ancestros
creían que tú eras dueño de algo sólo
mientras lo necesitaras. Luego se lo pasabas
a alguien más. En nuestra forma de vida,
todo tenía su uso y luego regresaba a la
tierra. Teníamos tazas y platos de madera,
o cosas hechas de barro. Cabalgábamos
o caminábamos. Hacíamos cosas de las
cosas de la tierra. Después, cuando ya no
las necesitábamos, las quemábamos o las
dejábamos, y regresaban a la tierra. Ahora
ya no podemos hacer eso. Ahora las cosas
ya no regresan a la tierra.
Sobre Vender lo Sagrado
Cuando algo es sagrado, no tiene precio. No
me importa si se trata de un hombre
blanco hablando sobre el cielo, o un
indio hablando sobre ceremonias. Si
puedes comprarlo, entonces no es
sagrado. Y una vez que empiezas a
venderlo no importa si tus razones son
buenas o no. Estás tomando lo que es
sagrado y volviéndolo ordinario.
Los indios no podemos perder lo que es
sagrado para nosotros. No nos quedan
mucho. Lo que tenemos está en nuestros
corazones y en nuestras ceremonias. Ya no
tenemos tierra. La vendieron indios falsos
convertidos en jefes por la gente
blanca. Nuestros objetos sagrados
ya no existen. Están coleccionados por
antropólogos que los ponen en museos. Y
ahora hay indios que están vendiendo
nuestras ceremonias para hacer dinero.
Cuando se terminen, lo único que nos
quedará será el corazón. Y sin nuestras
ceremonias, nuestros corazones no
hablarán. Seremos como el hombre
blanco que teme pronunciar la
palabra "Dios" en alto, y va por ahí
tratando de comprar las ceremonias
sagradas de otros. Tendremos la
misma hambre en nuestro corazón,
y el mismo silencio en nuestros labios.
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