La historia del lobo no se entendería sin la relación que ha mantenido este cánido desde tiempos ancestrales con su gran competidor, el hombre.
Desde el comienzo hemos vivido en compañía de lobos, siempre han estado disputando el terreno a la especie humana, siempre han competido por los últimos reductos de la caza. Al principio se libró una tremenda lucha entre ambas especies, una pelea que tenía más que ver con la hegemonía que con la propia supervivencia. Esta lucha se prorrogó desde los oscuros milenios de la prehistoria hasta un pasado relativamente reciente.
Nos tendríamos que remontar al Paleolítico para entender la evolución de esta mala relación. Los dos eran sociales, vivían en grupos y podían cazar para subsistir gracias al trabajo en equipo. Pero las cosas se complicaron a partir del Neolítico, cuando el hombre decidió transformar sus costumbres para poder subsistir, convirtiéndose en agricultor y pastor. La mentalidad del hombre cambió radicalmente y también su comportamiento, surgiendo un sentimiento injustificado de propietario de la naturaleza y sus bienes.
Existen pocos animales más odiados que el lobo. Nuestra tradición de origen judeocristiano, alojada en nuestro inconsciente colectivo es rica en alusiones a la supuesta perversidad y agresividad del lobo. Antropormofismos bíblicos han contribuido a que se haya considerado al lobo como una "criatura de las tinieblas", incluso vinculada al demonio. Otras culturas más compenetradas con el medio natural, menos ignorantes que la cristiana, (capaz de mantener a las personas en la ignorancia y el miedo) han visto en el lobo un símbolo de la sociabilidad, la eficacia y la inteligencia. Mitos y leyendas conferían al lobo gran importancia, los egipcios lo consideran un protegido de la diosa Osiris, ya que ésta había tomado la forma de este animal y en los jeroglíficos es símbolo del valor. Entre los griegos lo asocian con Marte como depredador y guerrero pero a su vez también lo unen a Apolo, que era hijo de las tinieblas y la luz. El bosque que rodeaba el templo dedicado en Atenas a ese Dios se llamaba «Lukaion» o sea «dominio de lobos», en él impartía lecciones Aristóteles y de ahí proviene la palabra «Liceo». Leto, amante de Zeus, se transforma en loba para amamantar a Apolo y a Artemisa.
La loba capitolina de los mitos de Rómulo y Remo o el de Gárgoris y Habis presentan situaciones similares, en las que cachorros humanos son amamantados por lobas, el lobo anima las fiestas lupercales de la Roma antigua. Los indios norteamericanos ven en el lobo un honorable competidor, al que respetan y admiran. Las grandes familias turcas y mongolas consideraban al lobo azul como su antepasado.
Un depredador como el lobo, único capaz de hacernos frente en la naturaleza que nos rodea, y que actúa de forma organizada y efectiva, despierta en el hombre los ancestrales miedos a ser cazado. Sin embargo en la milenaria pugna entre lobo y hombre, las agresiones del lobo frente a las nuestras son infinitamente menores. La prueba es la actual situación de su especie.