proveedores de espiritualidad y de técnicas
para buscar y vivir el misticismo y el éxtasis
religioso, en la actualidad es el continente
americano el que se ha convertido en un inmenso
campo de cultivo de la espiritualidad mundial,
laboratorio de nuevas religiones y religiosidades
que en diversos casos se van abriendo camino
en el Viejo Mundo, incluso en Asia.
Este hervidero de nuevas espiritualidades,
mestizajes religiosos y sincretismos(1).adquiere
una gran diversidad en sus forma de
manifestarse: desde la mística extática
entendida en la más estricta tradición de la
individualidad oriental, hasta las grandes
organizaciones religiosas de carácter
protestante cuya clave expansionista suele
residir en las estrechas relaciones que
mantienen con los sistemas de control social
(gobiernos, ejércitos, multinacionales),
los cuales apoyan de forma principalmente
monetaria las acciones proselitistas de
sus pastores y difusores, con el fin de
conseguir agrupar el máximo número
de seguidores en sus ceremonias y
creencias a los que poder controlar
con posterioridad. La tristemente famosa
Escuela Lingüística de Verano es un buen
ejemplo de ello en Sudamérica.
Para iniciar el recorrido analítico por las
nuevas formas religiosas cuya esencia es el
consumo ritualizado de substancias visionarias
o enteógenas(2), se debe aceptar que tales
religiones sincréticas solo se mantienen
vivas en América y en África, a pesar de
que el consumo de psicótropos fue algo
generalizado en la práctica totalidad de las
religiones prehistóricas e históricas.
Hay abundante material bibliográfico sobre ello,
pero tal vez el punto crucial de esta discusión
deba situarse en el enfrentamiento científico
entre Mircea Eliade y Robert Gordon Wasson.
El primero defendió la hipótesis de que las
religiones que practican el consumo
ritualizado de enteógenos deben ser
consideradas como formas de espiritualidad
decadente, ya que la búsqueda de estados
extáticos debe ser, según M. Eliade, resultado
de la meditación en sus diversas formas.
En cambio, el segundo de estos autores,
R. Gordon Wasson, puso de manifiesto que el
proceso prehistórico evolucionó en sentido
contrario: el consumo de enteógenos permitió
al ser humano conocer y vivir ciertas
experiencias extáticas que luego fueron
buscadas por otros medios cuando, por las
causas que fuere, desaparecía del entorno
de una sociedad la posibilidad de abastecerse
del enteógeno usado, como fuera el caso de
los arios y su famoso Soma.
En todo caso, incluso en la puritana Iglesia Católica,
hoy prácticamente desactivada de todo
misticismo, sobrevive el consumo simbólico
de un embriagante – el vino- como centro
de su máxima expresión ritual, la Misa.
Y ello es algo que proviene de los más lejanos
orígenes cristianos y no al revés: los Patriarcas
fundadores, a la sazón, usaban licores mucho
más fuertes que el actual vino de misa y la
ebriedad sagrada era conseguida de forma
mucho más rápida y profunda, como aparece
repetidamente en los Textos Sagrados.
Así pues, a modo de introducción hay que
definir los lazos que unen tales formas de
religiosidad mistérica contemporánea americana
con el misticismo, en la forma en que es
entendido en Occidente a partir de las
tradiciones dadas.
Por mística, en su sentido más lato, cabe
entender la parte de la producción cultural
humana relativa a los misterios religiosos.
Se trata de una experiencia de lo numinoso
– verdadera o supuesta, pero ello no es objeto
de discusión aquí- , de la unión o vivencia
sensible y directa con la divinidad según la
entienda cada cultura. Al sentido originario
de mística, en tanto que experiencia sensible,
cabe atribuir los misterios de muchas religiosidades
no cristianas, desde el chamanismo hasta el
sufismo musulmán o el budismo.
La diferencia más importante entre el
misticismo cristiano y los demás, reside en
que el cristiano – cuyo preludio hallamos en
el misticismo judío- , no puede eludir el hecho
de que la materia ha sido santificada, ni puede
ignorar a los otros seres humanos ya que el
principal camino hacia la unión con Dios es
el amor al prójimo, y ello a pesar de los
siglos de torturas y asesinatos inquisitoriales
en nombre de tal amor. En sentido contrario,
en otras tradiciones espirituales, el misticismo
ha sido más relacionado con determinados
ritos religiosos de carácter secreto y misterioso,
que permitían a los iniciados el contacto
sensible con la divinidad.
De ahí, el contenido profundamente mistérico
de las religiones enteógenas cuyo centro ritual
reside, justamente,
en el consumo de psicótropos de carácter
visionario (no de narcóticos o estimulantes)
cuyo efecto sobre la psique humana desvela la
vivencia de lo que se suele denominar como
experiencia inmediata de la divinidad, con o
sin activación del imaginario.
Aclarado el primero de los conceptos a utilizar,
fijemos la atención en el siguiente ¿de dónde
nacen las nuevas religiones mistéricas americanas?.
Sin lugar a dudas, los cuatro principales pilares
que sustentan tal laboratorio de espiritualidad
en la América de hoy son:
el cristianismo, tanto en su versión de decaído
catolicismo como por medio de los múltiples
grupos y sectas de ostentosos y agresivos
protestantes sostenidos con abundantes dólares;
las creencias y prácticas animistas y mágicas
de origen africano llegadas al continente
americano con los esclavos negros; por
ejemplo, los ritos de candomblé y las demás
prácticas afrobrasileñas o las ceremonias
propias de la magia vudú afrocaribeña;
el tercer puntal que alimenta el hervidero
de religiosidades en la América de hoy está
constituido por los intrincados sistemas de
creencias, símbolos y prácticas chamánicas
supervivientes de los pueblos indígenas
americanos, los cuales si bien en su mayoría
han sucumbido junto a sus formas culturales
en el largo proceso de colonización y de
industrialización, en algunos casos han logrado
sobrevivir generando múltiples formas
sincréticas mágico-religiosas al unirse a la
simbología cristiana o a las prácticas africanas
en sus ritos y ceremonias;
finalmente, y con una influencia menor pero
claramente visible, están los esoterismos
espirituales desarrollados en Europa a lo largo
del siglo XIX: teosofía, espiritismo,
rosacrucismo y la masonería.
En el actual mercado de la espiritualidad
también se dan otras mezclas como, por
ejemplo, los rastafaris jamaicanos, las nuevas
espiritualidades en base a religiones orientales,
o cierta psicología humanista contemporánea
denominada de la Nueva Era cuyos valores
transpersonales le acercan mucho a los
sistemas espirituales misticoides. A pesar
de su existencia, no hablaré de ello sino que
las dos religiones a las que dedicaré el presente
texto son el resultado del sincretismo nacido
entre las prácticas chamánicas indígenas
amerindias y el cristianismo americano.
Estas nuevas formas de espiritualidad siguen
manteniendo su centro ritual en el consumo
de enteógenos, característica esencial de las
prácticas mágico-religiosas indígenas tradicionales
y del cristianismo original (ALLEGRO, 1985).
A partir de estas tres grandes formas de espiritualidad (cristianismo, religiones afro y tradiciones
chamánicas amerindias) más la supervivencia
de las doctrinas esotéricas europeas y las
aportaciones del mundo oriental que iniciaron
su entrada masiva en la América en los años 1960,
se han originado un sinnúmero de grupos, sectas
y religiones cuya búsqueda se orienta hacia
la experiencia de lo numinoso, entendido
aquí como la influencia de un objeto o presencia
invisible que induce estados modificados
de la consciencia, sensiblemente verificables.
La importancia universal de este campo de
cultivo de nuevas espiritualidades que es
América hoy se debe a que ahí se digieren
y aprovechan aportaciones de todas la grandes
y pequeñas culturas previas. Las poblaciones
americanas no están lastradas por la pesada
cadena que representan las antiguas y rígidas
tradiciones litúrgicas, a las iglesias duramente
jerarquizadas y, en definitiva, a las mentalidades
conservadoras. Las nuevas espiritualidades
americanas disfrutan de la capacidad de
transformarse tan a menudo como se crea
necesario, de la libertad para experimentar
formas nuevas sin dogmatismos de antiguas
religiones – lo cual no implica que estén libres
de ellos- , a menudo decadentes y que
consiguen mantenerse gracias al apoyo de
las instituciones políticas o por medio de
estrategias de marketing que no tienen
mucha relación con la búsqueda de valores
espirituales trascendentes o de un camino
hacia la experiencia de plenitud extática,
sea ésta entendida como una unión con la
divinidad, con la esencia de la Pachamama,
la Madre Tierra, o como una catarsis
autoremunerativa.
Durante milenios, la religiosidad de las
sociedades indígenas americanas – tanto
en el continente meridional como en el
septentrional- han entendido el consumo de
enteógenos como la forma sagrada de comunión
con su ideación de divinidad, fuera ésta teísta,
animista o atea. Sólo para recordar alguna de
las plantas o pócimas visionarias más conocidas
y usadas en contextos religiosos americanos
indígenas, cabe mencionar el consumo
mexicano de teonanácatl, hongos psilocíbicos
cuya ebriedad es buscada por diversas etnias
de Mesoamérica como los mazatecas, pueblo
al que pertenecía la famosa chamán María
Sabina a quien Occidente debe, en parte, el
conocimiento sobre la vigencia del uso de
enteógenos en el mundo indígena actual.
Es famoso también el uso pan-amazónico
chamánico y no chamánico en más de 70 grupos
étnicos de la mixtura enteógena de ayahuasca
o yagé – analizado en detalle en alguna de mis
obras anteriores: FERICGLA, 1994; 1997.
Cabe citar también el uso de rapés inhalados
que contienen elevadas cantidades de triptaminas
embriagantes en la zona del Caribe y de la
Amazonía (OTT, 1996). No está menos
extendida en todo Sur y Centroamérica la
tradición de beber el potentísimo jugo de
las Brugmansia, popularmente conocidas
como “floripondio” o “hierba del diablo”, cuya
embriaguez puede durar tres o cuatro días.
También ocupa un lugar importante el uso
adivinatorio y en diversos rituales de curación
de las semillas de Dondiego de día que
sintetizan alcaloides ergolínicos.
No se puede olvidar el péyotl, o cactus del
peyote, tan conocido por ser el enteógeno con
que los huicholes – entre otras etnias-
realizan su comunión sagrada; en la actualidad,
este pequeño cactus es también el sacramento
consumido por los cerca de 500.000 miembros
de la Native American Church y de la Peyote
Way Church of God extendida por los EE.UU.
y Canadá, y de la que hablo extensamente
más adelante.
Finalmente, hay que citar el difundido uso del
gran cactus san Pedro – dueño de las llaves del
cielo, en la tradición cristiana- por toda la
cordillera andina; y tampoco se puede olvidar
el tabaco silvestre, considerado por el eminente
antropólogo Johannes Wilbert como el alucinógeno
americano por excelencia ya que fue – y es-
consumido por grupos indígenas de todas las
latitudes continentales (WILBERT, 1987).
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